A la joven de tez blanca, pelo negro y ojos verdes, le encantaba salir de fiesta y llegar de madrugada. Su madre y su padrastro estaban cansados de ella. La aconsejaban todo el tiempo, pero era como poner el diablo sobre ella. Se volvía loca por romper todo lo que tenía delante, por muy valioso que fuera. Incluso le pegaba a su madre y su padrastro tenía que llamar a la policía. Luego la recogían por la tarde en el cuartel, donde la dejaban en una celda para ver si aprendía. Muchas veces el oficial de turno era el tío paterno. Éste aconsejaba a su madre que presentara una denuncia más a fondo. Así podría presentar cargos contra su hija, pero su madre se negaba. Sólo por una razón. Tenía fe en que su hija cambiaría. Pensaba que era una etapa temporal de la joven, y que todo volvería pronto a la normalidad. Volvería a ser esa niña tierna y llena de amor.
Cuando Lydia estaba en el avión, pensó en las fotos que le había enviado su padre cuatro años atrás en las que le mostraba una hermosa mansión, una refrescante piscina y un enorme patio. Su rostro dibujaba una hermosa sonrisa y sus ojos cerrados se adentraban en querer ver más de lo que no podía ver. La joven soltó un estallido jocoso por la boca. La gente que la rodeaba la miraba con cara de "Miren a esa loca. ¿Qué tiene de gracioso? "
Su padre la había enviado a recogerla al aeropuerto internacional de Filadelfia con su mejor amigo. El hombre llegó en un coche de chatarra. Lydia miró fijamente el carruaje mohoso que le pasaba frente a sus ojos y murmuró: "Pobre desgraciado no le da vergüenza conducir esa cosa".
Luego sacó un cigarrillo y lo encendió sin apartar los ojos de la chatarra. Observó cómo el hombre alto, delgado y de piel oscura se bajaba del Datsun y caminaba hacia ella. Poco a poco la figura se fue acercando y ella comenzó a llenarse de terror. El hombre traía toda la ropa engrasada y rota y para reforzar esa bella imagen su larga cabellera al estilo "dreads" maltratado no ayudaba en absoluto a la imagen que Lydia tenía de los amigos de su padre. La vergüenza que sintió casi la hizo convulsionar.
—¿Eres Lydia, la hija de Truqui? Preguntó con una sonrisa mellada.
—¿Quién? Respondió Lydia con cara de dolor.
—Me refiero a tu padre Eliel.
—Sí, pero supongo que tú no eres la persona que me lleva a él.
—De hecho, yo soy esa persona.
—¡No esperes que me suba a ese viejo y oxidado coche!
—No lo ofendas. El coche siente lo que dices. O, si quieres, puedes quedarte tirada aquí. ¿Vienes o te quedas? Sé que tu padre lo entenderá.
Lydia no tuvo otra opción y se subió. En el camino se mantuvo callada. Estaba furiosa, el sujeto le hacía preguntas, pero ella lo ignoraba. Cuando por fin llegaron, la joven dejó escapar una lágrima, estimulada por el barrio en el que acabó. Había basura esparcida por todas partes, perros sarnosos, drogadictos y hombres sin camisa con tatuajes por todo el cuerpo y con la mitad de la cara cubierta de pañuelos rojos.
Aunque parecía que Lydia encajaría muy bien allí por su alocada vida, no era así. Lydia no estaba acostumbrada a ese tipo de ambiente, al contrario, era más suave, más colegial.
Lydia desmontó, mirando a su alrededor con disgusto. Observó a los chicos que pasaban por delante de ella en sus motoras trepándolas en una goma tratando de llamar su atención. Se miró los pantalones blancos y estaban llenos de grasa. Gritó con toda su alma al cielo, llamando la atención de su padre. Eliel tardó en mirar por la ventana.
—¿Estás bien, cariño? —gritó.
Lydia no quiso contestarle, sólo decidió subir al tercer piso y entrando por la puerta, arrojó su maleta y se deslizó por el suelo alfombrado hasta quedar oculta bajo la mesa del comedor.
—¿Cómo te atreves enviar por mí a este andrajoso? —dijo señalando a su amigo—. Y para colmo, estos pantalones Gucci son caros. ¿Quién los pagará?
—Bueno, jovencita, no es para tanto. Si quiere, puedo traerle un par de pantalones de un tendedero. Aquí a la vuelta de la esquina siempre conseguimos. ¿Verdad, Truqui? Ofreció el mellado.
—¡Y para el colmo decide faltarme el respeto andrajoso!
—Bien. Se acabó, Lydia, —dijo el padre al ver la mala educación de su hija—. Por favor, no seas maleducada y dale las gracias por haberte recogido en el aeropuerto.
—Estás loco si crees que voy a disculparme.
La noche acababa de empezar y la joven ya se había calmado. Su padre respondió a cada una de sus preguntas, entre ellas, sobre la futura herencia que le tocaría. Algo que el padre no quería recordar porque su mente se transportaba en aquellos buenos tiempos donde todo era maravilloso, donde no cabía la palabra necesidad. Gracias al premio de la lotería electrónica se había llevado 10 millones.
Pero, así como llegó, se fue. Eliel no supo administrar el dinero y lo tiró al casino, donde también perdió su mansión y sus lujosos coches. La depresión fue tan grande que decidió acabar con su vida y comenzó a consumir drogas de todo tipo. Lydia dio una palmada sobre la mesa, y dijo:
—¡Así que mi padre es un vago muerto de hambre! Y para colmo, un adicto de drogas. Qué suerte la mía.
—Las cosas no son así, Lydia.
—¿No? Entonces dime, ¿cómo son las cosas en tu maravilloso mundo?
—Esto es una simple enfermedad que puede ser tratada. Incluso puedo ir a un centro de rehabilitación.
—No me digas. ¿Esperas que te dé dinero?
—Deberías o te olvidas de las veces que te he ayudado.
—¿Me ayudaste? Era tu responsabilidad ayudarme y cuidarme. ¿O estás olvidando que eres mi padre?
—Así que, te avergüenzas de mí. ¿Qué clase de hija eres? Ni siquiera puedes ponerte en mi lugar. ¡No sabes lo que he sufrido!
—Perdón ahora me estas manipulando. Qué asco.
Pero la conversación fue interrumpida por un hombre que apareció en la puerta. Su padre se levantó y le atendió.
—Veo que tienes mi presa.
La miró a través de la puerta y de Eliel.
—Sí, pero no puedes llevártela todavía, —dijo mirando a su hija.
—¡Ése no era el trato! Toma tu dinero y lárgate antes de que te vuele la cabeza.
El padre cogió los veinte mil en un sobre, miró de nuevo a su hija y se fue. Lydia corrió hacia la puerta, y el negro alto la detuvo lanzándose sobre ella. La llevó hasta el mueble y la abofeteó un par de veces. En el forcejeo, el negro recibió un arañazo en la cara y se lo devolvió con un puñetazo en el rostro a la joven.
La sangre comenzó a salir de su nariz. Lydia se quedó sin fuerzas y el sujeto logró quitarle la ropa y abusó de ella. Cuando terminó, llamó a sus hombres y se la llevaron desnuda.
La madre escuchaba todo lo que le ocurría a su hija a través del móvil. Lydia la había llamado cuando el padre fue a atender al sujeto y cuando vio que su padre se iba, lo puso sobre la mesa del comedor. Lydia le había pedido que le sacara el pasaje de vuelta, pero su madre le había dicho que tenía que aguantar una semana por dejarse llevar por las promesas de su padre y ser desobediente. En ese momento, Lydia empezó a incomodarse con la mirada diabólica que le dirigía el negro y le dijo a su madre que no colgara porque no le gustaba algo.
Media hora después, el padre y su amigo volvieron a la casa y vieron el mueble ensangrentado y Eliel le dijo a su amigo el mellado:
—Así es la vida, injusta y perversa. Espero que Lydia me perdone, si es que logra sobrevivir—terminó con una sonrisa y sentándose, prepararon una dosis de cocaína y heroína que habían comprado frente a su edificio, pero lo que nunca supieron es que no le vendieron droga, sino veneno de rata.
Para la madre de Lydia, escuchar los gritos de su hija seguirá siendo un momento rojo en su vida. Una tormenta que parece no tener fin. Donde cada día se ahoga en las súplicas que Lydia le pedía. "¡Mamá, por favor, ayúdame! ¡Mamá haz algo! ¡Están abusando de mí! Esa voz le torturaba el alma. Se levantaba aterrorizada llamando a su hija y a veces corría por la calle gritando el nombre de Lydia. Así estuvo durante años atrapada en ese sufrimiento rojo, pero sin perder la fe de poder encontrar su tesoro.
Un día inesperado, la policía llamó a la puerta y dio la noticia a la familia muerta en vida. ¿Cuál era?
Ella soñaba con una vida mejor. Una vida que creía que su padre podía ofrecerle. Sin embargo, lo que le esperaba era algo imprevisto.
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